14 diciembre 2009

Historia de un político

Semana cero en la Universidad de Glasgow. Siete días sin clase para que los nuevos nos aclimatemos a golpe de fiestas y seminarios.

Jack fue la primera persona que conocí. Empezaba Geología. Era muy inquieto, tímido, bajito y con una gran mata de pelo rubio. Tampoco conocía a nadie. Pasábamos horas juntos buscando aulas, comedores o retretes hasta que se iba con un categórico “me voy al fútbol”. Al cabo de unos días vino con un tipo al que agarraba fuertemente de la manga. “Encontré a otro de primero de Física, como tú. Me voy al fútbol”. Paddy andaba tan perdido como nosotros, así que continuamos en feliz trinidad. Un día Jack dijo “me voy al fútbol” y no lo volvimos a ver.


Pasaron cuatro años y mi nuevo compañero de piso Scott y yo decidimos presentarnos a las elecciones del comité de la residencia de estudiantes. Él se presentó para presidente y yo fui a por la vicepresidencia. Todos los años se proponían un cajero y un buzón, y todos los años las peticiones eran rechazadas por Correos y los bancos, así que las sacamos de nuestro programa electoral. Llegó el día. En el corcho, el programa del otro candidato a presidente: un miembro del Partido Nacionalista Escocés que prometía pedir el buzón y el cajero. “Novato”, dijo mi compañero de piso al leerlo. Cuando el candidato entró por la puerta, Scott se fue derecho a él:

-Lo del buzón y el cajero lo rechazan todos los años ¿por qué lo pusiste?

-Porque yo lo sé, tú lo sabes, pero los votantes no.

-¡Pero eso es mentir!

-No, yo solo prometí pedirlos.

El nuevo candidato tenía aire cansado y una calva muy llamativa para su edad, pero se le reconocía: era Jack.

Jack ganó las elecciones gracias a los votos de estudiantes de primero que no sabían más. Yo quité la vicepresidencia a su compañero de campaña.

En los años que no nos vimos, Jack se había vuelto desconfiado. En Scott veía a un rival y me costó meses hacerle ver que solo era un crío de dieciocho años con ganas de ayudar. Iba poco al fútbol.

El Baile de Mayo era el mayor evento de la residencia, un baile de gala en hotel de lujo para unos seiscientos estudiantes. Jack tiró la casa por la ventana: cena presentada por gaiteros, casino, transporte gratuito y descuentos en las habitaciones. Debía ser financiado con la recaudación de entradas y rifas pero, a simple vista, las cuentas no podían cuadrar. Cuando el gestor de la Universidad preguntó si nos habíamos ido del presupuesto, Jack contestó que sí, que se había sacado de otro fondo, pero que “debería de ver cómo lo habían hecho las administraciones anteriores, qué desastre, aún nos estamos recuperando de sus errores”. A decir verdad, ni el tesorero sabía donde estaban las cuentas del año anterior.

Jack pasó noches en vela preparando el baile, pero también redactando los primeros estatutos del comité, acelerando trámites para abrir una sala de ordenadores, creando ligas de varios deportes o convenciendo a los tímidos estudiantes orientales para que organizasen una fiesta de año nuevo chino. Sus encuestas de puerta en puerta evitaron que cerrase la tienda de la residencia y mejoraron la comida de la cafetería, consiguió descuentos para residentes y transporte gratis de las mejores discotecas y en Julio, acabó la carrera con honores. En resumen, no paró de trabajar.

Pero la cosa no acabó bien. Jack era de una familia de magnates del petróleo de Aberdeen. Cuando su padre murió en un incendio provocado, denunció a su madre y al amante por asesinato. Esto fue aprovechado por sus compañeros de partido para apartarle de los puestos de decisión, alegando que, dadas las circunstancias, no podía ser mentalmente estable. Sé que aprobó varios exámenes psicológicos en un intento de conservar su posición, pero también que nunca más le vi en las listas del Partido Nacionalista Escocés.

El último año que pasé con Jack entendí el vértigo embriagador que se siente al ver que cientos de desconocidos marcan tu nombre en una papeleta y los extremos a los que alguna gente puede llegar para sentirlo de nuevo. También que, aunque la casta de los políticos se rija por un código moral distinto, la vocación de servicio es el origen y el motor que ha llevado a muchos a la profesión.


Para el que tenga curiosidad, estas son las fotos oficiales de la residencia. La sala de ordenadores está igual a como la dejó Jack hace casi una década. Para una idea más realista, imaginar esto mismo pero lleno de estudiantes, panfletos y posters pegados en cada esquina, paredes finas que hacen imposible el silencio y un tufillo permanente a basura sin recoger.


Este vídeo es una Ceilidh en la semana del novato de la Universidad de Glasgow. Hasta el segundo cincuenta es el maestro de ceremonias explicando los pasos de baile, después, la debacle.

2 comentarios:

  1. "Vocación de servicio". Deberían obligar a todos aquellos de desempeñan un cargo público a repetir esa frase como un mantra cada mañana mientras se duchan. Un saludo.

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  2. Hola J. Es extraño ver a alguien que sacrifica todo por el bienestar de unos votantes anónimos, pero para llegar (y seguir) en el puesto oculta y engaña. Conocer a Jack fue lo que me hizo pensar que quizá esa vocación siga activa en más políticos de los que aparentan, pero para realizarla usan una especie de ética paralela. Que conste que esa dualidad me pareció interesante, pero no necesaria: al año siguiente Scott ganó las mismas elecciones, hizo un trabajo igualmente válido y no anduvo con tanto malabarismo moral.

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