29 julio 2018

Cuando calienta el sol

He hablado varias veces (cuando hablaba) de la primera nevada del invierno en Escocia. Nunca hasta ahora de lo que pasa con una ola de calor, más que nada, porque no habíamos tenido una de verdad.

Llevamos un par de meses de sol y calor inauditos. Playas llenas (al menos veinte personas). Lugareños color salmón. Inflación de 20 peniques por bola de helado en la heladería local. Un olor a crema solar que debió llegar hasta los satélites Galileo. Después, un par de semanas de nubosa normalidad. Pero el Jueves, a traición, el norte británico volvió al calor. Sudan hasta las moscas y yo, absorta en la acaparación de latas para la apocalipsis post-Brexit, sobrevivo el trabajo sin reservas de café helado. En las esquinas, algunos colegas vuelven a cuchichear sueños de invasión del congelador de Quimioterapia.

Al fondo a la izquierda está la marabunta.
Llega la noche (bueno, la hora de la cena, que si espero a que el sol baje nos da la madrugada). Un ruido seco anuncia la muerte súbita por achicharramiento del transformador de electricidad local. Se fundieron los plomos, de verdad. Kitboy y yo salimos al jardín y lo que vemos es al contingente de vecinos mayores saliendo a sus jardines a ver que pasa. Uno de ellos nos cuenta la historia de los apagones en el barrio en los últimos treinta años. Es majo, pero en ese momento extraño mucho Internet. Después, una vez decidida la táctica de acoso a la compañía de la luz, nos dispersamos.

Kitboy había llamado al servicio técnico nada mas oír el ruido del transformador. Le dijeron que enviarían a alguien pronto y que, una vez llegado el electricista, la reparación tardaría unas dos horas. Me pareció mucho tiempo para darle a una palanca pero, una vez llegado el coche, entendí la razón. Antes de empezar a trabajar, el hombre tiene que dar y recibir parte a media docena de jubilados. El tiempo que duró el apagón salimos a la calle, paseamos, hablamos, cogimos libros de papel para leer... fue como la infancia que relatan los vídeos de pedagogos del BBVA, pero sin aprender nada. Una cosa que me resultó extraña es que fuimos los únicos vecinos no jubilados en salir a la calle andando. El resto de nuestra generación o más jóvenes lo hizo en coche, aún no entiendo por qué.

El viernes siguió la tónica climatológica. Encontré en el armario un vestido de algodón de los que me pongo en verano en España y me convertí en "influencer", aunque sin regalos. Después de más de un año, por fin se materializó el fulano que arregla aires acondicionados. Los gemidos de placer que generó su visita son demasiado explícitos para describir en un blog para todos los públicos. No soy capaz de salir del edificio para comer y en la cantina me encuentro el panfleto que me indica que, a lo mejor, se acerca el fin del mundo:


Hoy todo es recuerdo. Justo cuando llegaba la luna roja se apuntaron varios nubarrones a la fiesta y de ahí, todo cuesta abajo. Pero aún queda el recuerdo del día en que las Tierras Altas de Escocia llegaron a los 27℃.

08 febrero 2018

Empiezan los Juegos de Invierno

Nunca me ha interesado el deporte de competición. La última vez que participé en un evento deportivo fue de traductora y la última vez que vi uno debió de ser Barcelona 92. Hoy espero impaciente al principio de los Juegos Olímpicos de Invierno. La culpa es mía, por haber parido, y de Javier Fernández.

Con cinco años llevé a Jueves a patinar sobre hielo por primera vez. No me soltó la mano, no dejó el bordillo, las pasó canutas. Pero nunca la vi tan triste como cuando se tuvo que sacar los patines. La siguiente vez aprendí y fuimos en el horario del club de patinaje artístico. Nos apuntamos juntas a las clases. Con el tiempo, la pista le ha dado seguridad, amistades y una medalla de oro.

Las competiciones deportivas se viven de una forma bastante irritante en estas tierras. Mientras que España es un país que se regodea en sus derrotas y miserias, el Reino Unido (y muy en especial, Inglaterra) mira al pasado y sólo ve victorias. Siempre es un ultraje cuando la selección inglesa pierde un mundial (y otro, y otro) de fútbol. Así, no aspiran a ninguna medalla en patinaje, pero hasta los medios más "neutrales" se llenan la boca con las que ganaron la pareja de Torvill y Dean hace más de veinte años, mientras animan a los medianamente decentes Coomes y Buckland. Aunque Javier Fernández quedó cuarto en las últimas olimpiadas, al hacerlo en una disciplina en la que los británicos no tienen nada que rascar (individual masculino), no existe.


Fernández con la rutina preferida de Jueves, por ser "técnicamente difícil, pero también divertida".

Pero Javier no es un atleta cualquiera y mi hija lo puede entender. La pista a la que va Jueves se reparte entre sesiones para los tres equipos de curling, tres de hockey, cuatro de patinaje sincronizado y las de patinaje artístico (junior y senior), así como las sesiones abiertas al público. El hielo se acondiciona de forma diferente para cada disciplina y eso cuesta tiempo y dinero. Por todo lo anterior, a Jueves sólo le quedan dos horas semanales para practicar. Además, el día en que tenga que pasarse a los patines profesionales tendremos que ir a la tienda especializada más cercana, que está a dos horas en coche sólo ida. Fernández empezó en una de las apenas ocho comunidades autónomas con pistas de hielo permanents (Madrid, cinco, la mitad que en Escocia con dos millones de habitants menos). Aunque ahora entrene en Canada, compartir podio con canadienses, rusos o japoneses con tan pocos medios (a saber cómo consiguió el tiempo de entrenamiento, los patines, los trajes, etc) demuestra un talento y un tesón descomunales.

En resumen. Estos Juegos Olímpicos no son sólo la oportunidad de estimular a mi hija viendo a los mejores en su deporte favorito, es una lección de cómo el tesón nos puede llevar a alcanzar lo imposible y de cómo la humildad o el orgullo de un país (o persona) no siempre se corresponde con su auténtica valía.


Este equipo no es especialmente conocido, ni practica una disciplina olímpica, pero son algunos de nuestros héroes locales.

12 enero 2018

Lo que importa es el sentimiento

Hace unos días vi una portada que me causó desazón. Las fotos de decenas de hombres con sus nombres, biografía profesional, denuncias y subsecuentes castigos.  Eran los acusados de la campaña #metoo, generada a partir del caso Weinstein, magnificada por Hollywood y elegida "Persona del año 2017" por la revista Time.

El lunes la campaña feminista alcanzó su climax con el discurso de Oprah Winfrey en los Globos de Oro. El relato de un sueño americano simple en lenguaje y contenidos y hecho para emocionar. Miles de americanos la aclaman como futura presidenta de su país.

San Jorge posando con el dragón, alias Oprah Winfrey con Harvey Weinstein.
Pero mi mente asocia estas portadas con la caza de brujas de McCarthy. Leyendo los perfiles se destapa que del amplio centenar de hombres acusados, apenas un manojo están siendo investigados por las autoridades. El resto han sido señalados, juzgados y condenados por la opinión pública por delitos inexistentes en el código penal. Porque hoy, si un desconocido, de repente, te regala flores, eso no es Impulso, es micromachismo y es un crimen, así en Instagram como en Twitter. 

Hemos llegado a un punto en que, si yo digo a un compañero de trabajo que le sienta muy bien una camisa, él sonríe y dice gracias pero, si es un hombre el que me lo dice a mi, tengo todo el derecho a sentirme intimidada y llamarle baboso patriarcal. Si una mujer se remanga la falda para conseguir favores de un hombre, es víctima de un abuso de poder. Si muestra una fortaleza excepcional plantando cara en público a la manada de hombres que han intentado humillarla, no puede ser una heroína admirable sino, de nuevo, víctima. El feminismo se está reduciendo al derecho (siempre) y obligación (a veces) de toda mujer a sentirse víctima de cualquier acción masculina.

Pero las mujeres que no se identifican con el papel de víctimas siguen existiendo. Un centenar de francesas de las artes y las letras, entre las que hay múltiples intelectuales feministas de renombre, han firmado un manifiesto que condena la violación sin que por ello menoscabe la defensa de "la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual." El texto es radical, incluso incendiario. Peor todavía, es inteligente. Reivindica la capacidad de la mujer de usar el propio criterio, de juzgar cada situación de forma individual y de comprender que una conducta inapropiada o molesta no siempre tiene que tener intenciones malévolas. Termina con una frase que se puede extender a casi todo lo que se ve en la portada de los periódicos últimamente: "No se nos puede reducir únicamente a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que valoramos no está exenta de riesgos y responsabilidades".

Feminismo contra heteropatriarcado, nacionalismo contra secesionismo, fachas contra progres, "Brexiteers" contra "Remoaners"... Posiciones cada vez más enconadas, defendidas todas desde un papel a la vez de víctima ultrajada y paladín de la justicia. Con la "#almohadilla como arma, el anonimato como escudo y el linchamiento como estrategia, el objetivo no es el progreso, sino la aniquilación de la diferencia. El agravio es el nuevo traje de la opresión y nos encanta cómo le sienta.

El cineasta Dalton Trumbo testificando ante el Tribunal de Actividades Antiamericanas. Exactamente 70 años antes del movimiento #metoo.
Pues ¿Saben qué? #ConmigoNoCuenten.